Por una aproximación al arte contemporáneo
desde la complejidad de Edgar Morin
Por Natalie Gama Pourdanay
¿Por qué habría que abordar la problemática del arte actual desde un
pensamiento
simplificante cuando los
esquemas que se habían establecido para pensarlo han sido doblegados por la
propia producción? Es momento, quizá, de tomar una posición que irrumpa los
paradigmas dogmáticos que se contentan con la sola repetición; que sepa
enfrentarse a lo nuevo, diferente e incierto. En el repetir está la carencia
del cambio y de ahí, de lo nuevo, que es palpable en todo espacio y momento. Abordar
la problemática del arte desde cierta distancia que permita visualizar la
diversidad de sus componentes que no acaban por cerrar el mundo del arte, quizá
derive en la producción de nuevos saberes que aproximen, amplíen la compresión
sobre el hombre y sus prácticas. Probablemente un saber que asuma la
complejidad de las
formas, sea idóneo para integrar el acontecer del hombre actual.
Lo vivo es un sistema de auto organización, son procesos
sistemáticos en donde hay un orden pero también mora el no-orden, la falta de
lógica, de racionalidad y la efervescencia de lo desconocido. A diferencia de los
programas, los sistemas saben integrar los cambios. En la constante
modificación de los procesos emerge lo nuevo; un sistema se regenera, se
duplica, recrea, combina, muta, integra. Un programa funciona igual, emplea las
mismas acciones cada vez que se activa. Es errante en la alteración de una
parte o el entorno en el que se ejecuta, entonces, el resultado de las mismas operaciones
se corroe; se pasma. Las funciones matemáticas exigen de programas para llegar
a ciertos resultados, pero cuando se trata del hombre, no funcionan para
asimilar aquello que sucede. Lo nuevo, que surge del cambio es irrepetible, de
ahí, la repetición es desatinada, sesga la posibilidad de lo nuevo.
La producción del arte está
inmersa en un sistema compuesto por fragmentos en constante transformación; hoy
ha proliferado, de tal manera, que ha dejado de cuajar en su propia definición.
Los discursos tradicionales ya no son capaces de captar lo que sucede; nos enfrentamos
ante una condición: lo global. Los diversos campos del saber, del hacer, están implicados unos con otros,
condicionados, influenciados y viceversa. Y esto es justamente la marca de la
descontextualización de las mismas prácticas de su propio ámbito. Las pirámides
de saber modernas erigidas para pensar al arte ya no aplican para el
arte contemporáneo,
pues éste se ha escapado de sí mismo. Los discursos tradicionales secularizan la
multiplicidad de formas del saber-hacer, que hoy, exigen ser inclusivas. El
pensamiento simplificante suprime la totalidad del arte, anula la propagación
del conocimiento, del acontecer. Habría que
globalizar
el conocimiento sobre el arte, ya no es posible concebirlo en una enciclopedia.
Primero, habrá asumir el ámbito del arte como otro fragmento, del sistema auto
organizado para después, operar un saber que sepa o, al menos, tenga la
intención e inclinación por captar la
globalidad
en la que están insertos los sucesos; conocer las partes, el contexto, integrar
lo nuevo, para ahí, poder aproximarse al conocimiento sobre lo actual y su
marcha.
Lo vivo
es un sistema auto organizado, son
procesos sistemáticos en donde hay un orden pero también mora el no-orden, la
falta de lógica, de racionalidad y la efervescencia de lo desconocido. A
diferencia de los programas, los sistemas saben integrar los cambios. En la
constante modificación de los procesos emerge lo nuevo; un sistema se regenera,
se duplica, recrea, combina, muta, integra. Un programa funciona igual, emplea
las mismas acciones cada vez que se activa. Es errante en la alteración de una
parte o el entorno en el que se ejecuta, entonces, el resultado de las mismas
operaciones se corroe; se pasma. Las funciones matemáticas exigen de programas
para llegar a ciertos resultados, pero cuando se trata del hombre, no funcionan
para asimilar aquello que sucede. Lo nuevo, que surge del cambio es
irrepetible, de ahí, la repetición es desatinada, sesga la posibilidad de lo
nuevo.
La problemática de la lectura del
arte, de orden simplista, que radica en un
pensamiento reduccionista, que tiende a cegar, deberá escapar de sus cadenas
para concebir su objeto de estudio como complejo y pensarlo desde la
complejidad. Asumir la complejidad de lo real es abandonar la tendencia
simplificante de entendimiento, en busca
de vislumbrar las unidades que componen una
autonomía
y sus interacciones, en donde también implica enfrentarse a la sinergia entre
orden y desorden
, a incertidumbres,
situaciones cambiantes, indeterminadas: con el azar. Aunque la incertidumbre
asusta, será necesario enfrentar el azar, pues es parte de la condición actual.
Habrá que reconocer que habitar en la
era planetaria nos
obliga a operar un
pensamiento complejo por la complejidad de la
auto organización de sus sistemas. El mundo se vuelve cada vez más un todo, el
planeta se mundializa. La vida cotidiana hace que cada individuo lleve el
planeta entero consigo. Pobres, ricos, norte, sur, este, oeste reciben, usan,
conocen, consumen, dicen, se relacionan con lo mismo. La disposición de
compartirlo todo, la capacidad de obtener información, la posibilidad de
conocer y saber lo que sucede en el globo que habitamos exige entonces, un
pensamiento abierto, capaz de cortejar el mundo
mundializado. En la complejidad del tejido de hiedras de la mundialización
en donde se hace posible la aproximación mediante hilos invisibles, operan los
sistemas que vivos, funcionan sólo desde la congregación de las partes. Ello
implica que el conocimiento debe, en un primer momento, ser, ya no particular,
sino universal, más allá todavía: multiversal, transversal. En comprender la
complejidad de un sistema se abre a la posibilidad de gestar conocimiento. Un
saber complejo tiene la capacidad de hacerlo, porque se desapega de los
determinismos que todavía no se habían dado cuenta de la imposibilidad funcional
de la separación de los sistemas de la era planetaria, cuando todavía el acercamiento
al entendimiento era reduccionista, limitante, en donde parecía más fácil
entender pieza por pieza, en vez de la máquina, cuando la pieza, por más que se
conozca ella sola, si no lee mientras actúa, se genera un saber esquizofrénico.
Un conocimiento esquizoide que separa opera con espacios vacíos que provocan un
saber fragmentario: la vacuidad del pensamiento fraccionado obstaculiza. Aquí
radica lo imperativo de operar un pensamiento complejo, integral, que conjugue
lo viejo, lo nuevo, lo diverso.
Artistas asiáticos exponen en las galerías y museos más reconocidos de
Europa, América Latina; los latinoamericanos tiene presencia en ferias y
bienales de occidente, medio oriente, en donde también viven y producen; los europeos
migran al continente americano, africano, todos se mueven; ya no es posible discernir
para catalogar el lugar, ni la influencia; la importancia de la procedencia ha
cesado; la de las nacionalidades también. Es el movimiento intempestivo lo que
pesa. Aquí, luego allá, al mismo tiempo,
la misma obra, en todos lados; la producción artística viaja a tal velocidad que
imposibilita la capacidad de acaparar, captar, conocer y comprender lo que
sucede con el mundo del arte. En cuanto se llega a algo, se vuelve obsoleto.
Los artistas se reinventan infatigablemente en lapsos cada vez más estrechos.
Las formas que se habían estructurado para el saber-hacer del arte llevan un
siglo multiplicándose; los artistas han ido buscando las formas de romper,
transgredir eso que se hacía, y hoy, eso que se hace, tanto en forma como en
material, de ahí que ha sido exponencial. Por esta razón ninguna teoría es
capaz de abordar la heterogeneidad de las formas del saber-hacer del arte. Ya
tenía razón Hegel cuando hablaba de la muerte
del arte: la idea que engloba al arte a finales del siglo XIX hoy, ha
muerto. Más de cien años después, sólo la integración de los saberes y
disciplinas apelan por una, apenas, aproximación al conocimiento sobre las
manifestaciones artísticas. No habría otra respuesta que siga sus prácticas, pues el arte ha hecho
lo mismo, ha fusionado todas las formas, ha doblegado la técnicas, ha creado y
cambiado. El hombre catapultó su propia práctica más rápido de lo fue capaz de
pensarla. El saber del arte se ha vuelto coercitivo por la misma producción,
ésta ya dice más que su propia teoría. Para pensar el arte contemporáneo, será necesario,
entonces, tomar otro camino para encontrarse y enfrentarse a él. Perseguir con lo
mismo ya no funciona, será necesario abandonar la tendencia por gestar un saber a priori, tendrá que ser movible,
abierto, integral, que corteje y escolte el andar del arte.
Las
manifestaciones artísticas actuales, además de apelar por ser reflexionadas
desde una postura que amplíe sus posibilidades teóricas, coadyuvan y acompañan
el insaciable instinto de pensar y saber. De ahí que habrá que emprender una
estrategia que permita diversificar el
conocimiento, integrar lo diferente, enfrentar lo desconocido. No es cuestión única
de un desplazamiento de postura que asuma la complejidad del objeto de estudio,
ya sea la nebulosa del arte, o la de cualquier otra, sino de comprender la
complejidad de la propia complejidad. Habrá entonces que indagar en el
pensamiento complejo, sus componentes y sus implicaciones; aceptar y aprender a
sustituir los paradigmas que, primero, están en el lenguaje, para iniciar con
la apertura y después, con la propuesta de operar el pensamiento complejo,
capaz de captar eso del azar, de las interconexiones de los sistemas complejos
para buscar diferentes formas de entendimiento, enriquecer el conocimiento y
afrontar el incierto devenir.
Bibliografía
Morin, Edgar. Los sietes saberes
para la educación del futuro. Francia. UNESCO. 1999.
La
cabeza bien puesta. Argentina.
Ediciones Nueva Visión. 1999.}