Wednesday, April 17, 2013

Por una aproximación al arte contemporáneo desde la complejidad de Edgar Morin



Por una aproximación al arte contemporáneo
desde la complejidad de Edgar Morin

Por Natalie Gama Pourdanay



¿Por qué habría que abordar la problemática del arte actual desde un pensamiento simplificante cuando los esquemas que se habían establecido para pensarlo han sido doblegados por la propia producción? Es momento, quizá, de tomar una posición que irrumpa los paradigmas dogmáticos que se contentan con la sola repetición; que sepa enfrentarse a lo nuevo, diferente e incierto. En el repetir está la carencia del cambio y de ahí, de lo nuevo, que es palpable en todo espacio y momento. Abordar la problemática del arte desde cierta distancia que permita visualizar la diversidad de sus componentes que no acaban por cerrar el mundo del arte, quizá derive en la producción de nuevos saberes que aproximen, amplíen la compresión sobre el hombre y sus prácticas. Probablemente un saber que asuma la complejidad de las formas, sea idóneo para integrar el acontecer del hombre actual.

Lo vivo es un sistema de auto organización, son procesos sistemáticos en donde hay un orden pero también mora el no-orden, la falta de lógica, de racionalidad y la efervescencia de lo desconocido. A diferencia de los programas, los sistemas saben integrar los cambios. En la constante modificación de los procesos emerge lo nuevo; un sistema se regenera, se duplica, recrea, combina, muta, integra. Un programa funciona igual, emplea las mismas acciones cada vez que se activa. Es errante en la alteración de una parte o el entorno en el que se ejecuta, entonces, el resultado de las mismas operaciones se corroe; se pasma. Las funciones matemáticas exigen de programas para llegar a ciertos resultados, pero cuando se trata del hombre, no funcionan para asimilar aquello que sucede. Lo nuevo, que surge del cambio es irrepetible, de ahí, la repetición es desatinada, sesga la posibilidad de lo nuevo.

La producción del arte está inmersa en un sistema compuesto por fragmentos en constante transformación; hoy ha proliferado, de tal manera, que ha dejado de cuajar en su propia definición. Los discursos tradicionales ya no son capaces de captar lo que sucede; nos enfrentamos ante una condición: lo global. Los diversos campos del saber,  del hacer, están implicados unos con otros, condicionados, influenciados y viceversa. Y esto es justamente la marca de la descontextualización de las mismas prácticas de su propio ámbito. Las pirámides de saber modernas erigidas para pensar al arte ya no aplican para el arte contemporáneo, pues éste se ha escapado de sí mismo. Los discursos tradicionales secularizan la multiplicidad de formas del saber-hacer, que hoy, exigen ser inclusivas. El pensamiento simplificante suprime la totalidad del arte, anula la propagación del conocimiento, del acontecer. Habría que globalizar el conocimiento sobre el arte, ya no es posible concebirlo en una enciclopedia. Primero, habrá asumir el ámbito del arte como otro fragmento, del sistema auto organizado para después, operar un saber que sepa o, al menos, tenga la intención e inclinación por captar la globalidad en la que están insertos los sucesos; conocer las partes, el contexto, integrar lo nuevo, para ahí, poder aproximarse al conocimiento sobre lo actual y su marcha.
Lo vivo es un sistema auto organizado, son procesos sistemáticos en donde hay un orden pero también mora el no-orden, la falta de lógica, de racionalidad y la efervescencia de lo desconocido. A diferencia de los programas, los sistemas saben integrar los cambios. En la constante modificación de los procesos emerge lo nuevo; un sistema se regenera, se duplica, recrea, combina, muta, integra. Un programa funciona igual, emplea las mismas acciones cada vez que se activa. Es errante en la alteración de una parte o el entorno en el que se ejecuta, entonces, el resultado de las mismas operaciones se corroe; se pasma. Las funciones matemáticas exigen de programas para llegar a ciertos resultados, pero cuando se trata del hombre, no funcionan para asimilar aquello que sucede. Lo nuevo, que surge del cambio es irrepetible, de ahí, la repetición es desatinada, sesga la posibilidad de lo nuevo.

La problemática de la lectura del arte, de orden simplista, que radica en un pensamiento reduccionista, que tiende a cegar, deberá escapar de sus cadenas para concebir su objeto de estudio como complejo y pensarlo desde la complejidad. Asumir la complejidad de lo real es abandonar la tendencia simplificante de entendimiento, en busca de vislumbrar las unidades que componen una autonomía y sus interacciones, en donde también implica enfrentarse a la sinergia entre orden y desorden, a incertidumbres, situaciones cambiantes, indeterminadas: con el azar. Aunque la incertidumbre asusta, será necesario enfrentar el azar, pues es parte de la condición actual. Habrá que reconocer que habitar en la era planetaria nos obliga a operar un pensamiento complejo por la complejidad de la auto organización de sus sistemas.  El mundo se vuelve cada vez más un todo, el planeta se mundializa. La vida cotidiana hace que cada individuo lleve el planeta entero consigo. Pobres, ricos, norte, sur, este, oeste reciben, usan, conocen, consumen, dicen, se relacionan con lo mismo. La disposición de compartirlo todo, la capacidad de obtener información, la posibilidad de conocer y saber lo que sucede en el globo que habitamos exige entonces, un pensamiento abierto, capaz de cortejar el mundo mundializado. En la complejidad del tejido de hiedras de la mundialización en donde se hace posible la aproximación mediante hilos invisibles, operan los sistemas que vivos, funcionan sólo desde la congregación de las partes. Ello implica que el conocimiento debe, en un primer momento, ser, ya no particular, sino universal, más allá todavía: multiversal, transversal. En comprender la complejidad de un sistema se abre a la posibilidad de gestar conocimiento. Un saber complejo tiene la capacidad de hacerlo, porque se desapega de los determinismos que todavía no se habían dado cuenta de la imposibilidad funcional de la separación de los sistemas de la era planetaria, cuando todavía el acercamiento al entendimiento era reduccionista, limitante, en donde parecía más fácil entender pieza por pieza, en vez de la máquina, cuando la pieza, por más que se conozca ella sola, si no lee mientras actúa, se genera un saber esquizofrénico. Un conocimiento esquizoide que separa opera con espacios vacíos que provocan un saber fragmentario: la vacuidad del pensamiento fraccionado obstaculiza. Aquí radica lo imperativo de operar un pensamiento complejo, integral, que conjugue lo viejo, lo nuevo, lo diverso.
Artistas asiáticos exponen en las galerías y museos más reconocidos de Europa, América Latina; los latinoamericanos tiene presencia en ferias y bienales de occidente, medio oriente, en donde también viven y producen; los europeos migran al continente americano, africano, todos se mueven; ya no es posible discernir para catalogar el lugar, ni la influencia; la importancia de la procedencia ha cesado; la de las nacionalidades también. Es el movimiento intempestivo lo que pesa.  Aquí, luego allá, al mismo tiempo, la misma obra, en todos lados; la producción artística viaja a tal velocidad que imposibilita la capacidad de acaparar, captar, conocer y comprender lo que sucede con el mundo del arte. En cuanto se llega a algo, se vuelve obsoleto. Los artistas se reinventan infatigablemente en lapsos cada vez más estrechos. Las formas que se habían estructurado para el saber-hacer del arte llevan un siglo multiplicándose; los artistas han ido buscando las formas de romper, transgredir eso que se hacía, y hoy, eso que se hace, tanto en forma como en material, de ahí que ha sido exponencial. Por esta razón ninguna teoría es capaz de abordar la heterogeneidad de las formas del saber-hacer del arte. Ya tenía razón Hegel cuando hablaba de la muerte del arte: la idea que engloba al arte a finales del siglo XIX hoy, ha muerto. Más de cien años después, sólo la integración de los saberes y disciplinas apelan por una, apenas, aproximación al conocimiento sobre las manifestaciones artísticas. No habría otra respuesta que siga sus prácticas, pues el arte ha hecho lo mismo, ha fusionado todas las formas, ha doblegado la técnicas, ha creado y cambiado. El hombre catapultó su propia práctica más rápido de lo fue capaz de pensarla. El saber del arte se ha vuelto coercitivo por la misma producción, ésta ya dice más que su propia teoría. Para pensar el arte contemporáneo, será necesario, entonces, tomar otro camino para encontrarse y enfrentarse a él. Perseguir con lo mismo ya no funciona, será necesario abandonar la tendencia por gestar un saber a priori, tendrá que ser movible, abierto, integral, que corteje y escolte el andar del arte.
Las manifestaciones artísticas actuales, además de apelar por ser reflexionadas desde una postura que amplíe sus posibilidades teóricas, coadyuvan y acompañan el insaciable instinto de pensar y saber. De ahí que habrá que emprender una estrategia que permita diversificar el conocimiento, integrar lo diferente, enfrentar lo desconocido. No es cuestión única de un desplazamiento de postura que asuma la complejidad del objeto de estudio, ya sea la nebulosa del arte, o la de cualquier otra, sino de comprender la complejidad de la propia complejidad. Habrá entonces que indagar en el pensamiento complejo, sus componentes y sus implicaciones; aceptar y aprender a sustituir los paradigmas que, primero, están en el lenguaje, para iniciar con la apertura y después, con la propuesta de operar el pensamiento complejo, capaz de captar eso del azar, de las interconexiones de los sistemas complejos para buscar diferentes formas de entendimiento, enriquecer el conocimiento y afrontar el incierto devenir.

Bibliografía
Morin, Edgar. Los sietes saberes para la educación del futuro. Francia. UNESCO. 1999.
La cabeza bien puesta. Argentina. Ediciones Nueva Visión. 1999.}


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